El calamar sahariano (loligo vulgaris) es un molusco cefalópodo de cuerpo delgado y cilíndrico, con aletas en forma de rombo, cabeza pequeña y ojos grandes. De color variable, el calamar sahariano puede ser rosado, blanco o púrpura. Muy apreciado en la gastronomía y de gran importancia económica.
Estos cefalópodos suelen medir entre 10 y 25 centímetros y son decápodos, pues poseen diez tentáculos (8 cortos y 2 largos, estos últimos son móviles y flexibles, con ventosas rodeadas de anillos de garfios, y los extremos en forma de paleta).
El calamar sahariano se distribuye por la costa africana hasta Angola. Se localiza lejos de las costas, generalmente entre 10 y 16 metros de profundidad pero, en ocasiones, se puede observar hasta 200 metros, sobre fondos de arena, fango o praderas de polifonías. En primavera se acerca a las costas y permanece allí hasta el otoño. Suele vivir en grupo, creando grandes bancos.
Como ya hemos comentado en artículos anteriores, el nombre de este animal tiene su origen en calamario, calamarius en latín vulgar -que significa tintero antiguo-, por la similitud de este objeto con la concha interna en forma de “pluma” y de la bolsa de tinta que esta especie posee.
En la gastronomía canaria, el calamar sahariano es muy apreciado, ya que es una fantástica propuesta como primero y entrante, tanto rebozado, como enharinado (a la romana) así como segundos en salsa y rellenos.
Las propiedades nutricionales de los calamares son bajos niveles de grasa con 1,30 a 1,92%, aportan 16,25 a 18,60% de proteínas y casi sin azúcares (0,50 a 0,70%). Constituye un buen aporte (0,53 a 0,56%) de ácidos grasos omega-3 y 6), con apenas 80,4 a 82 kilocalorías por 100 g de carne. También vitaminas B3 y B12 y minerales como fósforo, potasio y magnesio.
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